lunes, 26 de diciembre de 2016

DIEZ COSAS QUE APRENDÍ



Este año he aprendido algunas cosas.

1.- No odio las gominolas (de hecho, me gustan, pero no lo sabía).

2.- Puedo escribir borradores de novelas en un par de meses (aunque luego tarde mucho en darles el visto bueno).

3.- La gente que te quiere de verdad no te hace llorar ni una sola vez (y menos por gilipolleces, en todo caso te sujetan cuando te caes).

4.- Los mejores besos del mundo saben darlos mis hijos (esto ya lo sabía).

5.- Estoy muy orgullosa de mi trabajo, con independencia de lo que piensen los demás (por lo tanto, lo que puedan decir me afecta muchísimo menos que en el pasado y no descarto contestar más de lo que lo he hecho hasta ahora).

6.- Dormir más de tres horas seguidas es muy bueno para la salud (aunque se engorde un poco... más que un poco).

7.- Estar sola y callada es tan bueno como acompañada y charlando sin parar (estoy practicando lo primero mucho).

8.- La palabra clave no es necesitar, es compartir (solo quiero cerca gente que quiera compartir).

9.- No pienso dejar de ser yo misma por nada ni por nadie (he dicho).

10.- No tengo miedo a dar un paso adelante apostando por lo que sueño, aunque acabe siendo un tropezón de libro (si no lo haces, nunca sabrás si estaba en tu destino...).

He cometido un montón de errores en 2016 y aquí sigo. En 2017 pienso equivocarme un poco más.

jueves, 22 de diciembre de 2016

LA CHICA DEL PELO AZUL DE LAURA SANZ




Sinopsis:

Una historia de amor entre dos épocas.

Álex Carmona poco se podía imaginar que el pergamino que había adquirido en una misteriosa librería la iba a llevar a la Inglaterra medieval. 

Allí conocerá a Robert FitzStephen, señor de Black Hole Tower, que desde el primer instante la fascinará y le hará cuestionarse todos sus principios.

Si bien el destino ha sido el artífice de que sus caminos se crucen, habrán de ser ellos los que decidan sobre su futuro. ¿Son novecientos años realmente una distancia insalvable?



Mis impresiones:

Creo que he contado más de una vez que, desde que leo sin tener mucho en cuenta la lista de pendientes, sino siguiendo mis propios impulsos, acierto mucho más con las lecturas. Deshacerme de los compromisos que me había impuesto mejoró que disfrutase leyendo, algo que hace unos años empezaba a pasar. No podía ser, no podía consentir que una actividad como esta, que es de lo que más me llena, se transformase en una cuesta arriba.

Os paso el consejo, aunque no lo hayáis pedido: escuchad vuestros deseos.

La chica del pelo azul es un libro que no sé cuándo vi la primera vez, aunque sí sé lo que pensé: otra como yo. Por lo del pelo, claro, porque de la historia que escondía esta novela no tenía ni idea y al final no tiene nada que ver con lo que escribo yo. Quizá también tuvo que ver el que no supiera nada de ella que la portada es un poco oscura y no me fijé en el caballero medieval que la protagoniza. Cuando la compré y por fin me decidí a leerla, no había ni echado un vistazo a la sinopsis.

Solo sabía que me apetecía.

La verdad es que fue toda una sorpresa, porque lo que sí sabía era que se trataba de una novela autoeditada y me he dado tantos tortazos este último año con estas novelas, que me temía que pudiera ser uno más. Pero no, me equivoqué y me alegro muchísimo. Junto con Como diente de león de Pilar Fernández Senac y Barridos por el Salitre de Lena Moreno, han sido mis descubrimientos de este año, lo que me hace pensar que en todo ese maremagnun que se ha convertido la autoedición, donde empieza a decantarse la balanza más hacia lo malo que hacia lo bueno, aún queda esperanza.

Lo seguiré intentando, seguiré buscando y leyendo libros porque al final, aunque cueste, aparecen.

La historia que nos cuenta La chica del pelo azul es la de un viaje en el tiempo. Álex Carmona, la protagonista, es traductora. Es independiente, decidida y ha logrado deshacerse de las cadenas del pasado, un pasado un tanto duro que vivió con una abuela controladora en exceso. Ha vivido en muchos lugares y, quizá por eso, se ha acabado convirtiendo en una persona un tanto solitaria a la que no se le dan muy bien las relaciones y le apasiona la lectura. Es esa pasión la que le lleva un día a recorrer las calles del Madrid de los Austrias en busca de una librería. Cuando la encuentra, se queda fascinada por un pergamino y lo compra, sin saber que eso va a ser la decisión más trascendental de su vida. El pergamino del siglo XII provocará que un día se duerma en su casa y cuando se despierte esté en mitad de la Edad Media.

El desconcierto inicial, el mundo que descubre, le harán pensar que sigue dormida, pero las sensaciones son tan reales que acabará claudicando ante la realidad que se ha presentado: está en otra época. Su mayor preocupación será intentar volver al presente, aunque sin saber cómo ha llegado hasta allí, las posibilidades se vuelven escasas.

Imaginad. Vosotros mismos, sin ir más allá, que de pronto os vieseis en un tiempo en el que nada se parece a ahora. En el que todos os mirasen como si fuerais marcianos (lleva un mechón de pelo azul, encima). A Álex le costará mucho que no la tomen por una bruja. Más cuando el primer tropiezo que tiene con gente lo hace envuelta en un incidente que a nosotros no nos chocaría, pero que a alguien que vivió casi mil años antes le parecerá producto de fuerzas demoníacas.

Alex conoce a Robert FitzStephen, señor de Black Hole Tower, y a su hijo Jamie y a partir de ahí, su necesidad de volver chocará con la curiosidad que le produce ese tiempo y con los sentimientos que se han despertado entre ella y el guerrero medieval.

Y ya os he contado mucho.

Lo demás, creo que deberíais averiguarlo por vosotros mismos.

La narración de la novela es desenfadada, con multitud de detalles que recrean la época a la que nos traslada la autora, lo que hace que se trate de una novela muy visual. Varias tramas secundarias se entremezclan con la principal, y entre ellas está la historia de amor, que Laura Sanz ha tratado como me gusta a mí que se traten las historias: a fuego lento. Sin la precipitación que choca tanto con la realidad y que provoca que muchas novelas, en mi caso, se me deshagan en las manos por ser demasiado rápidas. No digo que en géneros como New Adult esto no tenga que ser así, de hecho creo que los adolescentes actúan de manera impulsiva todo el tiempo y es más verosímil, pero cuando se trata de adultos, me encuentro demasiadas veces con historias que me resulta complicado no creer que son solo excusas para escenas de cama.

En esta novela habrá amor, tensión sexual, por supuesto, aventuras, una ambientación fantástica y sobre todo, se disfruta leyendo. Eso sí, preparaos porque son quinientas páginas, que en digital no se nota, pero en papel el libro tiene que pesar lo suyo.

Me ha gustado de la novela lo diferentes que son los protagonistas, conocer sus fortalezas y sus debilidades, empaparme de ese tiempo que es fascinante: la Edad Media.

A la novela le he visto algunos pequeños fallos, pero para mí pesa más descubrir que detrás de la historia hay alguien que sabe por dónde se mueve y que, a medida que avanza, corrige esos pequeños defectos de forma que yo, como pesada que soy, le pongo. Algunas repeticiones de palabras innecesarias o, quizá, en mi caso eliminaría también algunas explicaciones del narrador porque se repiten. Pero no es nada, no impide la lectura porque, a medida que avanzas, ella misma ha ido corrigiendo ese pequeño error. Las últimas páginas de la novela (no media docena, muchísimas) vuelan en tus manos.

No me imaginaba que un viaje en el tiempo me acabase gustando tanto, sobre todo porque leí otro este verano, en ese afán de conocer gente nueva, y acabé hasta el gorro y cabreada.

Si queréis viajar a la vez que leéis, enamoraros, vivir una aventura en plena Edad Media, esta es la novela.

La tenéis aquí.

lunes, 19 de diciembre de 2016

ENTRE PUNTOS SUSPENSIVOS: LA SINOPSIS.



¿No os parece que escribir una sinopsis es casi tan complicado como subir una torre de veinte pisos a pie? Llegas arriba con agujetas y, cuando te asomas al hueco de la escalera valoras el esfuerzo, pero te preguntas si es para tanto. Al final, solo has subido unos pocos metros, el resultado no es nada del otro mundo si te paras a pensar en las caminatas que a veces te pegas por la ciudad, pero ha costado un mundo y tus piernas te lo están gritando.

Quizá mañana hasta tengas agujetas.

Eso pasa al escribir una sinopsis. Es un esfuerzo titánico para unas pocas líneas. El esfuerzo de hacer una subida vertical del todo, donde tienes que demostrar al máximo tu forma física. En la sinopsis no caben rodeos, no te puedes parar porque en apenas una docena de líneas, como mucho, debes conseguir muchas cosas:

-Invitar a leer.
-Presentar la historia.
-Decir quiénes son los protagonistas.
-Mencionar, quizá, la ambientación.
-Crear intriga.
-Despertar curiosidad.
-No desvelar nada importante.
-No mentir al lector.

Casi se van las doce líneas sin haber empezado, ¿verdad? Espero haberlo conseguido esta vez, haber logrado transmitir todas esas cosas que he contado en la novela y que, cuando alguien las lea, quiera adentrarse en la trama.


¿Lo lograré?

Vamos a ver... Aquí os presento la sinopsis de Entre puntos suspensivos.


"Mario Aguirre, el padre de Paula, lleva desaparecido unos días. Por más que su hija trata de localizarlo, no logra dar con su paradero y por ello busca la ayuda de Javier Muñoz, inspector de policía. Diez años atrás, Javier y Paula mantuvieron una relación que nunca ha acabado del todo. De vez en cuando sellan treguas que duran solo unos días, y de las que los dos salen siempre heridos.

Paula sabe que permanecer cerca de Javier no es lo más sensato, porque recuperarse después de estar juntos es cada vez más difícil, pero necesita que sea él el que la ayude a encontrar a su padre y no duda en pedírselo. El magnetismo que existe entre ellos es tal que quizá el viaje que emprenden para encontrar a Mario no sea muy buena idea, quizá exponga demasiado sus sentimientos."

jueves, 15 de diciembre de 2016

ENTRE PUNTOS SUSPENSIVOS: LA PORTADA.



Buscar una imagen que resuma una historia es una de las tareas más arduas a la hora de preparar la salida de una novela. Tiene que contar mucho de la historia, debe ser limpia, que no agobie con demasiados elementos, es necesario que contenga el título y el nombre del autor y, además, enamorar desde el primer vistazo.

Es, esencial, para que el potencial lector se quede con ella y sienta que quiere adentrarse en sus páginas.

Sé que esto es juzgar a la ligera, elegir sin datos, pero también sé que es algo que hacemos los lectores: enamorarnos de portadas y lanzarnos de cabeza a las novelas. No es un tema que haya que descuidar, porque hacerlo, no ser exigente con la imagen, puede suponer cargarte de un plumazo la tarea de muchos meses de trabajo.

Yo le doy importancia a las portadas. Se la doy hasta el punto de que hay novelas a las que no me he acercado hasta que no me han dado un empujón porque no me entraban por los ojos. Y, al contrario, he dado patinazos de libro al fiarme de esa primera impresión buenísima que me dio una novela y que, una vez en el interior, se esfumó a la media docena de páginas.

Pero con las personas es igual, ¿no?

No todos los envoltorios mágicos llevan dentro magia.

De las portadas de las tres novelas que tengo con editorial me enamoré al primer vistazo. Supe, nada más verlas, que eran el anillo que encajaba en el dedo de la historia. Fue amor a primera vista del que no me arrepiento en absoluto. La modelo (rusa, lo he averiguado) que se planta de brazos cruzados en Detrás del cristal me decía mucho del fondo de esa historia. La imagen de una mujer sin rostro delante de un montón de cámaras en una alfombra roja resumía a la perfección ese trasfondo de La chica de las fotos.

¿Y en esta?

No era fácil encontrar una portada. Empezamos a buscar por una en la que jugásemos con el tipo de letra, en la que no apareciera ninguna fotografía. La verdad es que, una vez visto el resultado, no me enamoré. No me gustó, aunque la idea pareciera muy buena en principio. Volvimos a la idea de una fotografía.

Tras mirar muchas, apareció.

Es la imagen de un camino que desemboca en un lago, que se interrumpe porque el agua ha bajado de nivel y queda lejos. Al lado, una pareja que me transmiten que están enamorados. La historia de Paula y Javier es como ese camino. De pronto se queda sin agua y son incapaces de seguirla, se interrumpe, pero no acaba en realidad. Solo hay que esperar a que el nivel suba y ellos continúen.
Es una imagen limpia. Azul, un color frío, como el frío que hace cuando empiezan su viaje en moto. Azul, como el fondo de Su chico de alquiler, una manera más de dar coherencia a dos historias que no es necesario leer una para entender la otra, pero que se complementan. No hay nadie más en la imagen porque esta novela, a pesar de todos los personajes que aparecen (muchos y complicados de explicar), es una historia en la que ellos dos, y solo ellos, son los que llevan el peso de la trama.

Si la primera opción no me enamoró, esta lo hizo al primer vistazo. Supe que era la que quería, el anillo que ajustaba a su dedo y que la hacía perfecta, al menos para mí.

Y llevan abrigo.

Los lectores cero sabrán el trajín que me traje durante la escritura con el dichoso abrigo de Paula, con el que nos hemos echado unas buenas risas.

Ahora, habrá que esperar a que los lectores futuros sientan lo mismo que yo.


Espero que no me falléis.

lunes, 12 de diciembre de 2016

AMBIENTANDO




Hace  poco, en un muro de Facebook preguntaban si nos gustaban más las novelas ambientadas en el extranjero o aquí. Me paré un momento a pensar en lo que escribo y encontré en todas las novelas un denominador común: las mías suceden, casi por completo, en entornos cercanos.

¿Me gustan las historias ambientadas lejos? Sí, no tengo problema. Me transportan y disfruto con ellas.

¿Por qué, entonces, no lo hago yo? La respuesta me la dio el libro de literatura con el que trabajo todos los días. Mis lecturas obligatorias, las que repito año tras año, están todas ambientadas aquí. Lo están porque la literatura es también un reflejo de la sociedad, una especie de registro de costumbres, de época, de comportamientos que van mutando a lo largo del tiempo. Los libros que se quedan en nuestra literatura son muy nuestros y empiezan siéndolo porque transcurren aquí. Porque reflejan cómo fuimos, cómo hablábamos, cómo sentíamos en cada momento de la historia.

La colmena, de Cela.
Los santos inocentes, de Delibes.
La Celestina, de Fernando de Rojas.
La Regenta, de Clarín.

Y así podría pasarme un buen rato.

Somos también lo que leemos, y yo leo, en gran medida, libros ambientados aquí. En distintas épocas, con los que acabo sabiendo más de cómo éramos que con los de historia, que se centran en hechos destacados (bélicos la mayoría), pero que a veces pasan de puntillas sobre la sociedad, las costumbres, la mentalidad de cada momento. Para mí no son tostones, porque de ellos aprendo en cada lectura y, sobre todo, frenan que pueda soltar barbaridades, como alguna que he escuchado hace poco. (Ya la conté, así que no insisto).

Ambientar en entornos próximos, tiene una ventaja. Los conoces. Esta perogrullada es más importante de lo que parece a simple vista. Supone que si cuentas algo lo hagas con conocimiento de causa. Nada más estúpido que encontrarte con que un personaje que se mueve en Estados Unidos, por poner un ejemplo, al lector le da la constante sensación de que está en Ciudad Real. O ver un sistema sanitario calcado al nuestro cuando, en ese país sin ir más lejos, funciona de otro modo completamente diferente. No digo que no se pueda hacer, claro que sí, para eso está la fase de documentación, pero el riesgo de meter la pata es tan alto que creo que lo descarto de manera inconsciente. Una de mis alumnas de narrativa, de origen francés (esto lo deduzco por su nombre y por su acento, aunque se me ha olvidado preguntarle si es de allí), me contó que había leído una novela que mencionaba el Museo  d'Orsay en una época en la que era estación y no pinacoteca. Lo recordaba a la perfección porque había cogido ella misma un tren allí, no tenía que acudir a hemerotecas. El libro se le desmontó en las manos en ese mismo instante.

¿Veis el riesgo?

Y, ojo, lo he corrido varias veces. Me he equivocado como todo el mundo, que para eso soy humana y tonta.

Nunca voy a ir a Nueva York. Eso es algo que a mi edad ya tengo asumido. Mi economía tendría que dar un viraje de dos millones de grados, o tendría que atracar un banco suizo, así que se me ocurrió que embarcarme en una historia que transcurriera en esa ciudad sería una manera de conocerla. Al fin y al cabo tenemos herramientas virtuales que te permiten pasear por las calles de casi cualquier lugar del mundo. Estuve unos meses entretenida, y os puedo decir que si me soltasen por Triveca me perdería menos que en Soria. Incluso sería capaz de encontrar un taller para que me reparasen el coche, pero la historia no funcionaba. Constantemente me encontraba escollos y la sensación de que no me sentía cómoda. Me resultaba todo lejano, por mucho que hubiera puesto los cinco sentidos en patearme el barrio de manera virtual y en aprender cómo funcionaban las bajas en el trabajo, por ejemplo. La historia se me agarrotaba, porque no podía casi respirar en ella sin tener la sensación de que me equivocaría en cualquier detalle de un momento a otro. Agarré a mis personajes y me los traje de vuelta.

El cambio fue espectacular. Empecé a disfrutar escribiendo. Se transformó, transformó mis ganas y fluyó como esperaba. Mejor incluso, porque casi la había dado por perdida.

Retomaré en ratos tontos la de Nueva York, no me rindo así como así, pero con calma, más por capricho que como el reto de obtener de ese texto una novela.

Hay otra de mis novelas en la que Roma tiene un papel importante. Es curioso, pero ahí no tuve los mismos problemas, quizá porque aunque tampoco haya ido a Roma, sé mucho más que de Nueva York. Porque las calles se parecen más a las de las ciudades que sí pateo y porque en ella mis personajes solo estaban de visita. Quizá ahí radicaba la enorme diferencia. No es lo mismo hacer turismo que vivir un lugar.

En la última, mis personajes eligen lugares poco novelescos para perderse. Nada de ciudades míticas, solo rincones que a mí me resultaron especiales. Cercanos. Conocidos en parte aunque en alguno no haya puesto un pie, pero no importa. Sé que Zamora y Segovia, por ejemplo, no son tan diferentes en lo esencial. Respiro el mismo cielo, vivo el mismo sol, me dejo mecer por unas costumbres que son las mías.

Y hay una más.

Atascada.

Arranca en Inglaterra en 1913. Necesitaba que fuera así para lo que quería contar, un acontecimiento importante durante la Primera Guerra Mundial, y en ella España fue neutral. Y, además, lo importante de mi historia aquí no sucedió del mismo modo que yo quería enfocarlo, así que no me quedaba más remedio. Llevo cien mil palabras y le faltan otras cien mil, y me está costando la vida seguir, porque creo que, aunque lo que quiero destacar también nos cambió aquí, de alguna manera lo siento lejano. Y esta vez no es porque no conozca Londres, o Inglaterra, puesto que pasé una temporada allí, pero es verdad que ese Londres que viví no tiene nada que ver con el que narro. Si no, yo tendría más de cien años y no es el caso.

Se quedará en la carpeta de imposibles, cien mil palabras después de empezarla.


O, quien sabe, un día a lo mejor dejo de tener miedo de equivocarme, me documento como se debe hacer y  la termino.

sábado, 10 de diciembre de 2016

MI ISLA DE ELISABETH BENAVENT



Sinopsis:

Maggie vive en una isla y regenta una casa de huéspedes...
Maggie tiene un huerto y casi siempre va descalza...
Maggie no quiere recordar por qué está allí; duele demasiado...
Maggie ha renunciado al amor y es complicado explicar los motivos...
hasta que conoce a Alejandro...
y la calma da paso a una tormenta de sensaciones...
y a la posibilidad de que tal vez sí se puede empezar de nuevo.

Mis impresiones:

En estos días sin ordenador, son muchas las cosas que he ido dejando a medias. Una de ellas, escribir esta reseña. Mi isla llegó en el momento oportuno, supongo.

La verdad es que la sinopsis editorial (que he corregido, porque tenía algún resbalón) no dice mucho. O lo dice, pero de manera tan ambigua que en realidad no te enteras de nada. Nunca cuento prácticamente nada de la trama de los libros, porque siempre me da miedo hacer algún spoiler involuntario, pero en este caso, como a mí me ha dejado algo más que fría, voy a intentar contar un poquito.

La novela arranca a través de los ojos de Maggie (Magdalena), la protagonista. "Vemos" su habitación y nos cuenta cómo es, la austeridad de todo lo que le rodea. Durante esa primera escena, muy bien narrada, no nos pone en muchos antecedentes, sino que va sembrando dudas en nosotros, los lectores, para que queramos saber por qué está allí, en esa habitación de una casa con las puertas azules en una isla del Mediterráneo. Para que queramos saber quién es Alejandro y qué le ha pasado a ella. Se intuye que ha sido algo grande, un cambio radical. En las siguientes páginas, las preguntas nos perseguirán porque, ¿quién camina descalzo todo el día? ¿Qué le ha pasado a una chica joven para que su mejor amiga sea una señora de setenta años? ¿Cómo ha ido a parar a esa isla donde apenas pasa nada? ¿Por qué ha abierto una casa de huéspedes si la isla no es turística? ¿Qué pasó con la Guardia Civil ese día en el que se paseó desnuda por su habitación? (De esto no me he enterado, a lo mejor la lectura me ha pillado pensando en otras cosas, que a veces me pasa).

Enseguida la historia da un salto hacia atrás en el tiempo y arranca. Conocemos a la Maggie de ahora y un poco más adelante a Alejandro Duarte, que aterriza en la isla buscando un sitio donde resguardarse. Porque a Alejandro lo conoce todo el mundo menos Maggie, que lleva dos años desconectada y no es consciente de quién es.

Ya paro de contar, lo prometo, aunque por la sinopsis de verdad os podéis imaginar lo que acaba pasando. Aunque, como siempre os digo, en las novelas nunca es el qué sino el cómo. Nunca es la historia que me cuentas sino, sobre todo, cómo me la cuentas. Y en romántica esto debería valorarse más que en ningún género, porque sabemos de antemano el final: el "cómo" debería ser siempre lo más importante.

Debería...

Esta, por eso está aquí, tiene un "cómo" sobresaliente.

Tengo que decir que me ha gustado mucho, y en gran parte ha sido por la calidad de la escritura. La autora se maneja con el lenguaje, sabe cambiar el tono de la historia cuando es necesario y en esta novela maneja varios. Hay partes en las que te ríes, sobre todo cuando aparece la señora Mercedes, el personaje que más me ha llegado de todos. En otras, te emocionas, por los sentimientos que pone frente a tus ojos. Alguna más sirve para soñar, sobre todo con que exista alguien como Alejandro, el protagonista, y en algún momento incluso te enfadas con Magdalena, que parece que necesita dos tortas para reaccionar de una vez.

La novela está llena de frases para anotar, de sentimientos, de matices que hacen que para mí haya sido una muy buena lectura, por mucho que no esté de acuerdo con cómo reaccionan los personajes en algunos momentos. Sin embargo, creo que sin esas reacciones no se entendería lo que quiere contarnos.

Además, como está el cómo, lo demás se lo perdono todo. Cada quien es libre de elegir lo que quiere que pase en sus historias y los lectores, estemos o no de acuerdo, no me entra en la cabeza que ni siquiera nos planteemos decir eso que leo mucho: "yo lo hubiera hecho así...". Ya, pero es que no es tu libro, no lo has escrito tú, así que... Se siente.

Ponte tú a ver si lo consigues hacer mejor...

Tengo la costumbre de comparar opiniones una vez leídas las novelas, nunca antes. Lo hago porque quiero saber lo rara que soy (sí, soy rara, la mitad de las veces creo que leo otros libros distintos a los de los demás). En este casi me da un patatús cuando en algún comentario vi "un rollo macabeo para adolescentes sin mucha profundidad de ningún tipo". ¿De verdad? ¿Hemos leído el mismo libro? No tiene nada de juvenil, de hecho es más bien todo lo contrario. ¿Te piden carné para la biblioteca y no para opinar sandeces de los libros? Hay que saber leer para entender, y con ello no me refiero a pasar los ojos por encima de las letras, reconocerlas y juntar palabras.

Leer.

Asignatura pendiente en estos tiempos para muchísima más gente de lo que es sano para una sociedad, porque nos convierte  en borregos capaces de seguir a cualquiera que se ponga el traje de pastor. Leer con criterio y no con la crítica en la punta de la lengua, que aunque las dos palabras empiecen igual no significan, ni mucho menos, lo mismo.

Mejor lo dejo, que me enciendo.

La lectura ha sido fluida casi todo el tiempo, salvo en la parte de la recaída de Magdalena, que se me hizo más lenta. No sé si es porque esa parte, el mundo que retrata, me resulta lejano y no me interesa en absoluto (compras, zapatos…), pero el resto me ha encantado. Mientras leía, sabiendo la longitud de la novela, pensaba (además de que menos mal que lo estaba leyendo en digital y no en bolsillo, que no vería ni las letras) que a la autora le había resultado difícil desprenderse de estos personajes. Que, a lo mejor sin darse cuenta, iba alargando la historia y repitiendo algunas cosas que quizá se podrían suprimir porque los personajes se habían colado dentro de ella y le resultaba complicado desprenderse de la novela. Al leer el final, la nota de la autora, supe que mi percepción no estaba desencaminada. Ha tardado cinco años en soltarlos, ha retocado la novela mil veces hasta lograrlo, porque de alguna manera, Alejandro y Magdalena se han convertido en una parte importante de su vida.

Mira que entiendo esto y que me suena.

Hay personajes que forman parte de ti y que es muy complicado soltar de la mano, prestárselos al mundo porque, aunque sea tonto, quieres protegerlos.

Os invito a leerla y me invito a mí misma a conocer otras historias de esta autora. El éxito, uno tan grande como el suyo, no es nunca casualidad.

lunes, 28 de noviembre de 2016

IGNORANTIA JURIS NON EXCUSAT


Estos días, a los que nos autoeditamos utilizando plataformas como Amazon, nos ha sorprendido una nueva noticia que vulnera nuestros derechos como autores. Hemos sabido que hay quien, echándole un morro impresionante, se ha dedicado a subir novelas con seudónimo, vendiéndolas o usando la promoción que permite regalarlas, cuyos derechos pertenecen a otras personas.

El método, en este caso, ha rizado el rizo. Para que los autores no nos enterásemos, se han cambiado los títulos y las portadas y listo. El perfil de la persona que se dedicaba a hacer esto, en muy poco tiempo, se llenó de títulos. Intuyo que algún euro también cayó en sus bolsillos...

Supongo que ha sido casualidad el que se haya descubierto el engaño, los buscadores no interpretan que se trata del texto de otra persona porque la comparación se hace solo en base a título y autor, y ha tenido que suceder que alguien, por una de esas casualidades de la vida, se haya dado cuenta de que una de esas novelas era suya para que el "negocio" se destapase y se cayera.

Pero es solo un caso, ¿podemos estar seguros de que no hay más?

El debate que se abre es el lógico y las medidas que se deberían tomar son tan sencillas como exigirnos, a los autores, que incluyamos al subir las novelas la documentación que acredite que somos los propietarios de los derechos de esa obra.

Creo que esto es tan fácil que no entiendo por qué no se hace.

Bastaría con una casilla en la que se tuvieran que adjuntar los documentos que quienes sí nos tomamos la molestia de ir al registro de la propiedad intelectual, tenemos en nuestro poder. Eso, si me permitís, también limpiaría de morralla la página. Muchas de las seudonovelas que se publican no estarían ahí, porque ir a hacer los trámites, pagar por ellos, perder la mañana, esperar a que te llegue la confirmación de que la novela en efecto es tuya, lleva tiempo. Y esfuerzo. Estoy segura de que mucha gente que piensa que esto es Jauja, dejarían lo de publicar.

La pereza que demuestran en corregir seguro que es un síntoma de la que tendrían para hacer todo lo que hay que hacer para hacerte con los derechos de un texto.

Amazon, que es donde ha surgido el problema concreto del que hablo, también tendría que tener consecuencias legales. "Ignorantia juris non excusat o ignorantia legis neminem excusat (del latín, ‘la ignorancia no exime del cumplimiento de la ley’) es un principio de Derecho que indica que el desconocimiento o ignorancia de la ley no sirve de excusa, porque rige la necesaria presunción o ficción legal de que, habiendo sido promulgada, han de saberla todos." Creo que no saber que esa obra que se ha subido sin los pertinentes derechos y que vulnera el del autor, tendría que tener consecuencias legales para ellos.

Si yo me salto un semáforo, alegando que no sé que cuando está rojo me tengo que parar, creo que no habrá juez que dicte a mi favor.

¿O sí?

viernes, 25 de noviembre de 2016

EL ÚLTIMO EMPUJÓN




Esta tarde he terminado una primera vuelta por las galeradas de Entre puntos suspensivos (Febrero, 2017, HQN, HarperCollins Ibérica, ya lo sabéis). En lo que queda de fin de semana espero poder hacerlo al menos un par de veces más, para que cuando llegue la novela a vuestras manos esté perfecta. Es un trabajo que me tomo muy en serio, porque para mí significa respeto para los lectores, mucho respeto por la oportunidad que se me brinda desde una editorial de las grandes de publicar un segundo libro con ellos en los tiempos que corren y respeto por la literatura.

(No sé si alguna vez llegaré a escribir literatura, pero al menos espero no ser una terrorista de la ortografía y la sintaxis.)

Creo que en el proceso de creación de una novela todos los momentos son muy importantes, pero pueden quedarse en nada si a este último esfuerzo, la corrección, no se hace con el interés que se merece.

Sé que la novela no necesita muchos más repasos, porque lleva unas cuantas correcciones. Las mías. Las que hice tras las impresiones de mis lectores cero. La de la editorial. La que he hecho yo hoy mismo. Y queda lo que me dé tiempo a mí hasta el lunes. No será la última porque no podré dejar la historia de Paula y Javier hasta que no tenga más remedio.

Así que, ahí estoy, en el último empujón, a punto de soltarla ya para que empiece el camino sola.

¡Qué ganas tengo de enseñárosla!

Esta tarde, leyendo, me he vuelto a enamorar de Javier.


viernes, 18 de noviembre de 2016

LA CHICA DE LAS FOTOS




Sinopsis:

Rocío, una atractiva camarera de pisos, está a punto de casarse con su novio. Todo parece ir sobre ruedas hasta que Alberto Enríquez y Lucía Vega, los dos actores más populares del cine español, eligen el encantador hotel rural donde trabaja Rocío para descansar unos días. La relación que mantienen se va a hacer pública coincidiendo con el estreno de su último trabajo juntos y buscan desconectar hasta que empiece el acoso mediático.
La impaciencia de un fotógrafo por firmar una jugosa exclusiva pondrá a Rocío en el disparadero, trastocando por completo su tranquila existencia.
Prensa, rumores entre vecinos, unas fotos y la historia de un amor fuera del guion.

Y ahora os estaréis preguntando por qué se me ocurre hablar de mi propia novela en el blog, sobre todo después del tiempo que lleva publicada. Supongo que ahora toca enfocarse en la siguiente, en la que llegará de nuevo de la mano de HQÑ, pero esta novela sigue ahí y, revisando las entradas que le he dedicado en el blog, me he dado cuenta de que, a pesar de que he hablado de ella, no lo he hecho tanto como hice con las otras.

Me apetece compensar.

También creo que ahora, pasado el tiempo, puedo contar lo que yo quise hacer. Muchos ya la habéis leído. Desde mi punto de vista ¿qué es lo que cuenta esta novela?

Más o menos podréis intuir que Rocío acaba en medio de ese huracán que se forma cuando la prensa rosa decide subir los niveles de audiencia de los programas de televisión, y eso afectará a su vida personal. No lo dejé ahí, por supuesto. Rocío, al conocer a Alberto Enríquez, empezará a tener dudas sobre su relación y todos los acontecimientos que rodean esas fotos inoportunas de las que será víctima harán que algunos secretos sobre su vida salgan a la luz. Secretos que en realidad solo existen para ella, porque a su alrededor todo el mundo los conoce.

Mi intención con la novela era que nos planteásemos, al leer, cuánto hay de cierto en lo que se nos vende a través de la televisión y cómo afecta a sus protagonistas cuando en realidad no buscan serlo. Y, por otro lado, que nos parasemos a pensar cuánto desconocemos de nuestra propia vida, de lo que los demás saben (o presumen de saber) en ámbitos mucho más privados. Los rumores en esta novela a veces son vox populi y quienes menos son conscientes de ellos son sus propios protagonistas.

De los personajes, confieso que tengo debilidad por tres: Víctor, un adolescente insolente que no es más que el reflejo de aquellos con los que comparto mis tardes; Luisa, una mujer mayor, gruñona al extremo, que trata de protegerse en esa apariencia. Y Lucía Vega, la actriz. Lucía fue más divertido de trazar, jugué con ella todo el tiempo y al final acabé enamorada de este personaje.

Hay momentos muy disparatados, tan difíciles de seguir como los programas de la televisión que destripan la vida de famosos, porque yo misma, puesta en la tesitura de verlos para intentar reflejarlos, no era capaz nada más que de registrar un sinsentido detrás de otro.

He dejado caer un par de guiños que quienes me conocéis encontraréis sin problema. Siempre los hay en mis novelas, pero me los guardo.

¿Por qué la escribí?

Llevaba tiempo tentándome la idea de contar una historia que transcurriera en un pueblo pequeño. Empecé a pensar en la posibilidad de que sucediera algo excepcional, pero se me antojaba escasa, porque yo misma he vivido en un pueblo tan pequeño como Grimiel y casi nunca pasa nada. En ello estaba cuando me acordé de que vivo en una zona llena de hoteles rurales con mucho encanto y me pareció el mejor escenario para empezar. Hotel e historia romántica son una combinación perfecta, ¿no creéis?

Después pensé en qué tipo de clientes podrían causar revuelo si se alojaran en ese hotel y se me ocurrió que fueran dos actores de mucho éxito. Soy muy impaciente, así que comencé a escribir sin tener clara la trama. Sin embargo, solo hicieron falta tres o cuatro escenas para que la historia empezara a tomar cuerpo dentro de mi mente y de ahí surgió todo este enredo que vais a leer.

Por otro lado quería reflexionar un poco sobre la manipulación que se hace con las noticias, de cómo se usan para conseguir determinados fines. Se me ocurrió que esta historia era perfecta para esa pequeña crítica. En el caso de la novela, lo que empieza siendo un montaje entre los actores -Alberto Enríquez y Lucía Vega- para obtener publicidad para una película que se acaba de estrenar, acaba yéndose de las manos y poniendo a Rocío, la camarera de pisos del hotel, en mitad de los flashes. Su vida cotidiana, tranquila, encauzada, de pronto salta por los aires cuando un paparazzi decide publicar unas fotos suyas que adornan con una enorme mentira.

Quiero comentar un pequeño aspecto de la novela que solo UN lector (él, era chico) vio. Luego yo lo he comentado en las redes, así que a lo mejor lo sabéis, pero para quien no me lo haya escuchado, se lo cuento. Tiene que ver con los nombres de los personajes. Todos los que pertenecen a la farándula tienen apellido, aunque su participación en la historia sea mínima, mientras que el resto no. Rocío es solo Rocío, aunque sea la protagonista. ¿Por qué? No era casual, sino una manera de acercar y alejar focos. Los personajes del mundo del espectáculo necesitan apellidos porque están lejos del común de los mortales. Los habitantes de Grimiel, no. ¿Tú llamas a tu amiga Rocío, Rocío Gómez? No, ¿verdad?

Supongo que leo de más, que analizo demasiadas novelas a lo largo del día y se me ocurren cosas de estas para las mías que después no se ven (os remito a un comentario en la página americana de Amazon que me hizo una lectora, que me decía que la novela está poco trabajada).

Gracias por todo lo que me habéis devuelto con ella, por las seis mil copias digitales que lleva vendidas, por todos los préstamos en unlimited, por los ejemplares en papel que están en vuestras casas.

Sueño con que la siguiente os guste tanto o más que esta.

De momento, ya sabéis el título: Entre puntos suspensivos.

lunes, 14 de noviembre de 2016

LO MALO DE SOLO HABLAR DE LO BUENO


Un día mi editora me comentó lo incómodo de mi posición. Estoy en medio de la nada, teniendo un blog en el que se hacen reseñas, y además escribiendo. Me coloca en un limbo donde apenas hay gente, en una postura que puede ser incómoda vista desde fuera. Le dije que no lo sentía así, porque solo hablo de los libros que de verdad me apetece comentar, que nunca destrozo el trabajo de otra persona porque yo, mejor que nadie, sé del esfuerzo que supone sentarte durante mucho tiempo a tramar una historia como para que venga alguien y en unas cuantas líneas lo tire todo por tierra.

Por mucha razón que lleve, por bien que pueda argumentar dónde encuentro fallos.

Por eso me centro en reseñas positivas, pero hoy me he dado cuenta de la otra interpretación que se le hace a esto. “Tú no me reseñas, luego no te ha gustado”. Y eso, que parece un silogismo de filosofía básica, no es cierto en todos los casos, porque se pueden dar infinidad de circunstancias por las que no me siento a escribir nada de un libro.

Un ejemplo: la falta de tiempo.

Es mío, y si acabo de terminar un libro y me embarco en otras cuestiones, pasa el tiempo y dejo correr una posible reseña. Total, es mi blog, no es referente, no soy ninguna influencer como para preocuparme. Me lo he comprado yo con mi dinero y no tengo que rendirle cuentas a nadie sobre si hago o no hago.

Otra: que no me apetezca, aunque me haya gustado mucho.

Este fin de semana he terminado un libro que me ha gustado mucho: El peso de los muertos. No habrá reseña porque me senté y no se me ocurría qué contar, así que lo voy a dejar correr. ¿Significa que no me ha llenado? En absoluto, pero no sé qué aportar con mi análisis, ni siquiera a mí misma, y no lo voy a hacer.

Más razones: que no me haya terminado de convencer.

Tampoco lo reseñaré, porque seguro que lo voy dejando, intentando encontrar la manera de decir las cosas que sea lo más constructiva posible y… al final se cruzarán mil historias y el libro quedará perdido en el limbo de los que se me escapan sin reseñar.

Otra más: que no lo haya leído.

Y diréis, pues normal, si no has leído un libro cómo puñetas te vas a poner a reseñarlo (y entonces me da la risa cuando me acuerdo de las cientos de veces que veo reseñas publicadas en las que me juego lo que queráis a que no se ha hecho una lectura del libro). No entro en por qué se hace eso, por qué se copia de otros blogs, cuando este no es un trabajo que se tenga que hacer. Ni siquiera es un trabajo escolar del que dependa una nota, así que…  Pero yo no lo haré. No reseño ni opino sin leer.

La última, que en realidad es la primera: que no me haya gustado.

Tengo todo el derecho del mundo a pasarlo por alto, ¿no es cierto? Hay libros que no me han gustado nada de nada y ahí se han quedado, en mi privacidad, porque no tengo derecho, creo, a condicionar la futura lectura que quiera hacer alguien de ellos. Todos, los libros pueden tener lectores, porque todos los lectores somos diferentes. Incluso cada uno podemos vivir el libro de modo diferente según lo que nos esté pasando en ese momento.

Esto viene a cuento de algo de lo que me he enterado y que me ha hecho reír (por no llorar). Cosas de la vida, he sabido que tengo a alguna persona resentida porque no hice en su día reseña de su texto. Como es mejor siempre echar mierda sobre los demás que reconocer lo propio, ha preferido decir que yo me enfadé porque no hizo reseña de uno de mis trabajos. Dándole la vuelta de manera conveniente a un argumento un poco endeble.

¡Qué poquito me conoce!

No he pedido un comentario ni una reseña jamás, es más, he regalado montones de ejemplares digitales de mis libros y siempre digo lo mismo: no existe un compromiso de reseñarlo. Si lo regalo, es porque me da la gana,  pero no para obtener nada a cambio. Igual que no vendo mi criterio. ¿Cómo os sentiríais si os recomendase un libro que no me ha gustado? Que no, que no lo pienso hacer, que encima se me nota un montón.

Que las reseñas que hago son sinceras y, sobre todo, para mí misma, y que no estoy buscando nada a cambio de nadie.

¿Lo necesito como autora?

Pues igual sí, porque hay mucha gente que después de casi nueve años con el blog y seis publicando ni tienen ni puñetera idea de quién soy, pero es que me da lo mismo. Ya llegarán los lectores que tengan que llegar y se quedarán lo que se quieran quedar.


El camino, el que sea, lo pienso hacer, sobre todo, con la verdad por delante.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

LA IMAGEN DE UNA MALA ORTOGRAFÍA



Mi hijo tenía que escribir una redacción de una cara sobre ortografía. El texto debía articularse como una argumentación, si estabas de acuerdo con que debían seguirse las normas ortográficas y académicas a la hora de escribir, o si te parecía que era mejor escribir tal como suena. Eso de que te toque las narices si la palabra va con b o v y escribas la primera que te apetezca.

Antes de que se pusiera a redactar, le hablé de la conveniencia de hacer una reflexión, de plantear un esquema previo en el que señalase los argumentos que iban a apoyar su texto para que, llegado el momento de la escritura, tuviera las ideas más claras y tardase menos en conseguir el resultado que buscaba.

Estuvimos un buen rato hablando sobre las dos posturas.

Al final, recogió las ideas y se quedó con ellas. Aún no sé el resultado, ya me lo enseñará, aunque sé que se ha decantado por la buena ortografía, que por suerte practica. Nunca intervengo en sus redacciones. Ni lo necesita, ni sería bueno para él que yo me adjudicase sus tareas. No le dejaría crecer, aprender. No permitiría que se equivocase solo, que al final es como mejor se aprende todo.

No me olvidé del tema, porque a mí una de las ideas sobre las que hablamos se me quedó danzando por la mente. Era una de las que se le habían ocurrido a él, tan esencial que me sentí orgullosa de mi criatura, de lo que es capaz de pensar y de lo que él me enseña a mí.

Uno de sus argumentos giraba en torno a la imagen que da de ti tu ortografía.

En un mundo en el que la comunicación ha cambiado tanto, escribir se ha convertido en algo esencial. Todos los días enviamos y recibimos mensajes a través de las distintas aplicaciones que tienen nuestros teléfonos. Escribimos.

Y lo hacemos muy mal.

Las prisas, muchas veces. Los dichosos correctores otras. La dejadez...

Ese era el tema que él puso encima de la mesa. La imagen que le transmite a él alguien que constantemente está cometiendo faltas de ortografía en un chat. Eso de que dé lo mismo escribir "ola! que "hola", o que las conjunciones de tres letras pierdan dos no le convence. Y no lo hace, porque él piensa que una persona así, en su vida real, tiene que ser alguien dejado. Poco ordenado. Descuidado. Alguien que pone muy poco interés.

Y no solo eso.

Entre los dos, llegamos a la conclusión de que si escribimos a una persona mal, tampoco le estamos enviando nuestro más profundo respeto.

Seguimos pensando, y acabamos concluyendo que, si buscas un trabajo y llenas de faltas de ortografía tu currículo, mal vas. Te restará puntos lo quieras o no, porque puestos a elegir a alguien, elegirán a una persona menos dejada que tú. Porque, vuelta a lo mismo, es lo que transmites.

Regreso a este blog, al tema que lo unifica y que son los libros. Me he dado cuenta de que esos libros de los que hablaba hace unos días, los que estaban llenos de incorrecciones ortográficas, sintácticas, etc., a mí me trasmitían descuido. Poco interés. Poco cuidado. Prisa por llegar a exponer algo que no estaba preparado para otros ojos. Y esa imagen de la persona que estaba detrás de las palabras es algo inconsciente que frena la lectura y, algunas veces, como en aquellos libros, directamente la anula.

Así que, sí, la ortografía importa. Se puede cargar tu imagen.

sábado, 5 de noviembre de 2016

A IRA DOS MANSOS DE MANUEL ESTEBAN



La reseña están en castellano, aunque mantenga la sinopsis en gallego. No me atrevo a traducirla y a escribir alguna burrada.

Sinopsis (en gallego):

Premio Xerais de Novela, 2016 - O cadáver dunha nena con síndrome de down aparece nos terreos do edificio Bandeira en Vigo. Para resolver o crime, o inspector Carlos Manso ten que percorrer os intestinos da delincuencia viguesa e internacional. O inspector móvese habilmente polos diversos escenarios da cidade e vive, ao tempo, un proceso que derruba as súas barreiras emocionais. 

A ira dos mansos é unha magnífica novela policíaca, cun acusado enfoque social, que propón unha viaxe de superación de moitos prexuízos, cuestionando a normalidade e a perfección e obrigando á reflexión. 

Escrita cun estilo directo, rápido, eficaz, sen adobíos, a novela apóiase nun gran sentido do humor, ás veces ácido e cínico, e nunha trama que nos atrapa, e que nos obriga a seguir lendo, colocándonos contra as cordas á hora de percibir o que é e non é pertinente dentro das convencións sociais, e poñendo en valor as persoas que traballan con colectivos con síndrome de down. 

A ira dos mansos é unha novela negra cunha historia trepidante que trata sobre a inclusión, a dignidade e o respecto.

Mis impresiones:

Para hacer algo, lo que sea, siempre hace falta tener las herramientas necesarias, aunque solo con ellas, aunque las domines, no sirve. También hace falta motivación. Si esta es fuerte, el resultado llega y esta novela es un ejemplo de ello. El autor, que manejaba las herramientas necesarias para trasladar una historia al papel, tenía motivaciones personales para arrancarse con la novela, como ha dicho él mismo en varias entrevistas. La escritura fue su manera de sanar heridas, de expresar su punto de vista ante cómo la sociedad no permite que las personas con discapacidad encajen en ella. Su hijo, con Síndrome de Down, supuso para él la chispa para arrancar y desde la ficción, usando al personaje principal de esta novela, el inspector Carlos Manso, poner sobre el tapete prejuicios que se ha ido encontrando, ante los que reflexiona, enmarcado dentro de una trama de novela negra.

La ficción tiene ese poder de remover conciencias que muchas veces es más fuerte que una charla documentada.

Esa fuerte motivación ha tenido como resultado esta novela, A ira dos mansos, que he leído por otra motivación. La mía. No ha sido fácil. Como la sinopsis que os dejo, está en un idioma que ni hablo ni escribo, y en el que apenas había leído algo más que noticias de prensa, pero que ahora sé que entiendo. Aunque por el camino se me queden palabras y más de una vez haya tenido que recurrir al diccionario (maravillosa tecnología que me permite llevar todos los diccionarios del mundo en el móvil y conocer la respuesta al instante). Quería leerla porque él es quien es, mi primo, porque cuando supe que había ganado el Xerais me sentí como todos en la familia, orgullosa y feliz, pero me faltaba saber cómo escribía.

Lo resumo: impresionante.

Es que no se me ocurre otra palabra. Incluso con la barrera del idioma, la prosa de Manuel Esteban es impecable, ácida y en algunos puntos cínica. El personaje del inspector Carlos Manso transmite verdad por los cuatro costados y es uno de esos protagonistas redondos que de vez en cuando aparecen en las novelas y a los que apetece tanto conocer. Quizá es el que mejor retrata el autor, porque para contar la trama escoge la primera persona y es a él a quien escuchamos prácticamente en toda la narración, salvo en algunos párrafos de la segunda parte. Desde la limitación técnica que supone el uso de esta persona, que no te deja como autor asomarte a lo que piensan o viven el resto de los personajes, construye una novela en la que dos investigaciones, en principio separadas, acaban confluyendo en una idea. He visto en esas dos historias a dos padres opuestos. Protección y desapego, dos maneras de enfrentarse a una realidad que les ha tocado cuando la vida les ha puesto en los brazos un niño con Síndrome de Down.

Y he visto a un hombre, el inspector, a en quien esas dos historias le provocan que salten por los aires sus ideas preconcebidas, que quizá son las de muchos, ante las personas con Síndrome de Down. A Carlos Manso nos lo presenta como un cuarentón solitario, adicto al café y con problemas para conciliar el sueño. Descreído, algo antisocial y con un humor ácido.

La historia arranca con el asesinato de Violeta, una joven con Síndrome de Down cuyo cadáver aparece en los terrenos del edificio Bandeira en Vigo. De madrugada, Carlos Manso recibe una llamada para presentarse en el lugar y los rasgos especiales de Violeta no le pasan desapercibidos. La investigación comienza y toma contacto con la Asociación a la que pertenecía la víctima, Alza Down. Descubre un mundo al inspector que enseguida se da cuenta de que no se corresponde con los prejuicios que estaban asentados en él, que se van plantando frente a sus ojos y ante los nuestros como lectores. Carlos Manso resuelve el caso, pero el conflicto interno, lo que se ha despertado en él conocer un mundo del que se da cuenta de que no sabía nada en realidad, se queda flotando y, cuando aparece otro relacionado con la Asociación, él ya no es el mismo. Hay un personaje femenino, Lorena, la directora de la Alza Down, que al autor le sirve de excusa para dos cosas: que arranque en él un interés personal en la mujer y que sus propias barreras emocionales se vayan derrumbando cuando ella le sirva de guía en este universo.

El mundo que encuentra tras las paredes de Alza Down, difuso, imperfecto, extraño, empieza a enfocarse en su mente y encuentra en las personas que conviven allí mucha más humanidad que fuera.

Como novela policíaca, es muy interesante, pero añadido ese plus que le dan las reflexiones del personaje, aderezado con una prosa sobresaliente (incluso, lo repito, aunque no esté en mi idioma), me ha parecido magnífica.

Una buena apuesta lectora.

Podéis pensar que es pasión de prima. Creo que no, que es más bien pasión de lectora. Es cierto que la he leído por ser él, pero lo que he encontrado ha superado las mejores expectativas.

Y sabéis que en esta casa no se miente sobre los libros. Solo os cuento lo que me encanta.

Por cierto, es el libro más vendido en gallego estas semanas. Eso también da una pista de que os estoy contando algo que es cierto.

jueves, 3 de noviembre de 2016

LOS CÓDIGOS LITERARIOS



Estaba repasando los elementos de la comunicación, aplicados a la literatura, cuando una idea me asaltó por sorpresa.

En literatura, el emisor es el autor, el receptor es múltiple, los lectores de la obra, incluso los espectadores cuando se trata de teatro que ha sido para representarse sobre un escenario. Los canales han ido variando a lo largo de la historia, desde las primeras tablillas de arcilla encontradas que marcan el inicio de lo que conocemos como Historia, pasando por soportes como el pergamino, el papiro, el papel y, hoy en día, el digital. El mensaje es propio de cada obra y el contexto tiene que ver con la época que se refleja.

Me falta el código, pero me voy a parar antes en el contexto, porque aquí también hay algo que decir.

Es importante conocer el contexto histórico de cada obra para que no hagamos análisis simplistas de lo que nos está contando el autor, para que no digamos estupideces como las que he tenido que leer a veces. No es lo mismo una escena escrita para una obra del siglo XXI, que la misma para mediados del XX, porque la sociedad no era la misma y lo que ahora nos parece reprobable (porque lo es) quizá en ese momento formaba parte de la "normalidad" social. Criticarlo como algo intolerable es signo de ignorancia.

Esto lo he visto en algún comentario que no tenía en cuenta el contexto de la obra y siento pena por quien se atreve a lanzarse a la piscina con argumentos absurdos. Yo no vería verosímil, en pleno siglo XXI, un duelo con pistolas al amanecer, pero en La Regenta hay uno y jamás se me ocurriría tildarlo de absurdo. En esa época la gente se comportaba así y si yo decido escribir sobre ese tiempo y retratar un duelo es porque es perfectamente verosímil. Aunque lo escribiera ayer mismo.

Pero vamos al código, que era en realidad lo que me hizo pensar ayer.

El código literario tiene sus reglas. Hay que conocerlas para entender del todo la obra, porque si no hay matices que se nos escapan. Tenemos que saber qué es una metáfora, por ejemplo. Las figuras literarias forman parte de ese código y alejan el lenguaje literario del coloquial. Lo enriquecen, lo transforman, le dan contenido. Si yo escribo: "El texto estaba tan mal escrito que el autor parecía hijo de la ESO", estoy diciendo mucho más que lo que pone y si el lector no encuentra la metáfora, obviamente se estará perdiendo gran parte del contenido de la obra.

Por poner un ejemplo.

Pero no solo existe ese código. Hay otros que hemos interiorizado con el tiempo y que regulan de alguna manera cómo funcionan las obras. Por ejemplo, y me voy a lo que conozco de primera mano, la novela romántica tiene sus códigos. Siempre, en primer plano, debe existir una historia de amor. Chico chica. Chico chico. Chica chica. Eso ya lo elige el autor, pero siempre tiene que estar ahí, moviendo el hilo principal porque si no no sería romántica. Por debajo de eso, debe existir otra trama que mueva a los personajes. Que suponga la diferencia con respecto al resto de historias. Y, al final, siempre, de manera ineludible, un final satisfactorio para el lector, que en este género es feliz y que acaba con perdices en el menú. Si te saltas el código, descolocas al lector del género. Si el lector que se acerca a la obra lo desconoce, emite análisis absurdos en los que la palabra "predecible" se convierte en la estrella.

Igual pasa en la novela policiaca. ¿Os imagináis una en la que se plantee un asesinato y no se resuelva? ¿Qué pensaríais?

...

Pues eso, que la novela no funciona porque se ha saltado una de las premisas básicas de este subgénero narrativo, la que regula que todo misterio tiene que tener su solución completa.

Creo que antes de lanzarnos a analizar las obras literarias deberíamos hacer un pequeño trabajo de reflexión, intentar conocer el ADN literario para juzgar de verdad, no solo desde lo que a nosotros nos gustaría que pasara. Porque, eso de que "no es lo que esperaba", solo me indica que se ha hecho un nulo trabajo en este sentido.

SOBRE PLAGIOS. O POR QUÉ PUBLICAS SI NO ESCRIBES

El lunes encontré en Wattpad a una usuaria que había subido Su chico de alquiler, atribuyéndose su autoría. No es la primera vez que esto sucede, hace años logré que retiraran otra versión de esta novela. Esa vez lo disfrazaron de fanfic. El del lunes era una "adaptación", que consistía en que había cambiado la portada, poniendo en ella a un chico horroroso y había tocado el texto.

Por descontado, no lo mejoraba...

Desde hace tiempo, a los autores se nos abre un frente más con el que luchar. Además de los piratas, ahora tenemos que lidiar con los listos que se dedican a subir nuestros textos con su nombre.

Lo único bueno de Wattpad es que, en unas horas, habían escuchado mi petición, habían comprobado la información que mandé, y que me reconoce como autora legítima de esa obra, y retiraron el plagio, aunque no sé si esa usuaria estará bloqueada para usar la página, al menos con ese perfil. Estaría bien que lo hicieran, aunque no sirva de mucho porque podría abrir otra cuenta, pero ya sabemos que crear otro correo y empezar de nuevo un camino recorrido a veces da pereza.

Quizá no es una idea tan idiota.

Todo esto me ha hecho reflexionar sobre algo. ¿Por qué publicar una historia que no es tuya en una plataforma como esta? Lo veo en Amazon. Y cuando digo que lo veo, me refiero a que se puede obtener un beneficio. Estos días, sin ir más lejos, hay una novela vendiendo muchísimo, de la que los rumores cuentan que es un refrito de los libros de otra. Es una idea estupenda. Coges un libro conocido y te lo casi apropias, cambiando tres tontunas, y si suena la flauta, para ti los beneficos. Pero, ¿en Wattpad? ¿Para qué?

En mi caso la novela se empeoró y eso sí me molesta. No estoy libre de que alguien me pueda atribuir un texto que al final no es el mío.

viernes, 28 de octubre de 2016

OS EMPIEZO A PRESENTAR MIS PUNTOS SUSPENSIVOS...


Creo que me vais a tener que aguantar escuchando cosas sobre esta nueva novela a lo largo de los próximos meses. Lo haré porque, aunque desde mi editorial siempre me dicen que a mí me corresponde escribir y a ellos vender las historias, sé que no desentenderse de ellas tiene resultados y ya estaré yo aquí para hacerlo.

O quien, de manera voluntaria, tenga la necesidad de contar qué ha sentido al leerla.

Una de las labores más duras en esto de escribir, al menos para mí, es enfrentarme a presentar las novelas a los lectores una vez que están ya listas para que las puedan –espero– disfrutar. Es mucho más complicado que sentarme a escribirlas, corregirlas, tramarlas, soñarlas… Lo es, porque siempre cabe pensar en que estaré siendo muy subjetiva, que quizá os cuente lo que he querido contar y no lo que realmente he hecho, porque conozco a los personajes mucho más allá de lo que narro en las páginas de la novela. Ellos han sido mis compañeros durante muchos meses, he tenido que crearlos partiendo de unas primeras pinceladas a las que he añadido colores para darles la vida que quiero que transmitan, pero también sé bastante más de lo que cuento. Es necesario para dotarlos de coherencia, pero en la ficción hay que elegir qué expones y qué te quedas.

Entre puntos suspensivos tiene dos tramas. Una, la superficial, es la que cuenta cómo Paula y Javier se embarcan en un viaje en moto, en el que tratarán de buscar pistas que les conduzcan a encontrar a Mario, el padre de ella. Los vais a ver pasear por el lago de Sanabria, por las costas de Asturias e incluso por una pequeña aldea gallega. Ese viaje, para mí, era una excusa para que estos dos personajes volvieran a enfrentarse a estar juntos.

¿Volver?

Sí, volver, porque son dos viejos conocidos. Ambos protagonizaron esa novela que yo titulé Su chico de alquiler, una novela light, juvenil, de iniciación, escrita hace más de veinte años (aunque retocada en algunos puntos necesarios para hacerla actual, hace 20 años no había móviles) y necesaria para llegar donde estoy.

¿Por qué retomé los personajes?

Por varias razones. La primera, porque me apetecía. Sin más. Otra de mucho peso, porque son mis personajes y si de ellos alguien a quien no conozco le dio por colgar un fanfic en Wattpad sin mencionar que yo era la autora, ¿por qué no escribir yo misma sobre ellos, que para eso son míos? Los dos, Paula y Javier, eran apenas adolescentes en Su chico de Alquiler. No del todo por edad, pero sí en su comportamiento. Yo quería verlos un poco mayores, saber qué había pasado con su historia que en la primera novela se queda en una toma de contacto.

Creo que pocos se imaginarían que el happy end de la anterior me lo iba a cargar en las primeras líneas de esta nueva novela.

Javier ha encarrilado su vida. Dejó la carrera, que ya en la otra novela no le motivaba en absoluto, y decidió hacer unas oposiciones en la Policía y sentar la cabeza después del descalabro de su relación con Paula. Ella, por su parte, tiene un trabajo estable y, cuando arranca la novela, una hija de siete años y un novio italiano. No están juntos.

Cosas de la vida.

Aunque…

Ese título, Entre puntos suspensivos, alude a la relación que han tenido en estos años que han pasado entre las dos novelas. Al principio cuento esa vieja leyenda asiática que dice que dos personas están unidas por un hilo rojo que los ata por los meñiques y, aunque lo intenten, esa unión no se puede romper, porque están destinados el uno al otro. Ellos, mis personajes, son así.




Pero una cosa es estar destinado y otra que sea sencillo lidiar con ello.

En la novela no hay un antagonista claro. Hay alguien, pero no tiene mucho peso porque el principal escollo para que esta relación que empezaron funcione es Paula. Sus miedos, su carácter, hacen que se vaya poniendo zancadillas y esas reboten en Javier a lo largo de los años. Un sentimiento poderoso que la invade y que no es capaz de gestionar, porque hace daño. Solo que Paula, en lugar de empujar ese daño hacia Javier, se lo hace a sí misma, hiriéndole a él de manera involuntaria.

Y complicando lo sencillo.

Volver a reunirlos fue darles una oportunidad para que ellos mismos entendieran qué era lo que les pasaba e intentasen solucionarlo.

La novela tiene dos partes. En la primera, los conoceréis tal y como son ahora. En lo que se han convertido en esos diez años de distancia narrativa. En la segunda, la vida les va a dar un bofetón en plena cara. A veces entendemos por fin la vida cuando se nos planta de frente y nos demuestra que estamos aquí solo de paso. Tal vez en ella hay algo muy personal, vengarme de la realidad a través de la ficción, remodelar lo que uno siempre querría que sucediera frente a la dureza de algunas cosas que te toca vivir.

Quizá al final, al leer la última línea de los agradecimientos de la novela, entendáis esta confusa frase que acabo de poner. O, tal vez, haya ya quien sepa de qué estoy hablando. Si no, dejadlo en cosas mías, ya sabéis que la cordura no me asiste todos los minutos del día. Si fuera así, probablemente no me dedicaría a esto.

He querido conservar cierta coherencia entre las dos novelas y por eso el tiempo verbal de la primera se mantiene, la narración en el presente que empleé, y algunas escenas intento que sean como en la otra, divertidas, aunque esta novela es más emotiva que la primera y, sobre todo, se nota mi madurez como escritora.

Es la primera vez que una de mis novelas va a salir al mercado de manera simultánea en papel y digital de manos de una editorial. Eso es un paso nuevo para mí. Me da mucho respeto, porque también vengo de una novela premiada, que se ha vendido muy bien, y de otra de la que los lectores no dejan de decirme que dejó en ellos, a pesar de lo loco del planteamiento, sensaciones maravillosas.

Es un listón muy alto.

Tomo aire. Respiro y solo os pido que los tratéis tan bien como lo hicisteis cuando eran unos críos.

Yo creo que se lo merecen.

Javier, seguro, más que Paula, pero perdonadla, he tratado de que sea un poco humana y los humanos no paramos de cometer errores.


Uno detrás de otro.

sábado, 22 de octubre de 2016

SANGRE Y TINTA DE ABRIL CAMINO


Sinopsis:

El regreso de Camden Reed al lugar que lo vio crecer no está siendo un camino de rosas. Solo tiene tres cosas: un hermano que lo odia, una hermana a la que no le dejan ver y una exnovia que espera de él algo que no está dispuesto a darle. Lo último que necesita es que por la puerta de su estudio de tatuajes aparezca una chica con ganas de marcarse el cuerpo y desnudarle el alma.

Aunque, quizá, eso sea exactamente lo que necesita.

Mis impresiones:

La verdad es que la sinopsis de este libro no da idea de lo que te vas a encontrar en él. Es muy breve, tres pinceladas tan solo de la historia que esconden sus 218 páginas (versión papel), pero a mí ni siquiera me hizo falta para saber que quería leerla.

Había otras cosas en ella que llevaban llamándome la atención mucho tiempo.

La primera era la propia autora, Abril Camino, a quien conozco de visitar su blog siempre que veo un enlace y de ver su canal de reseñas en YouTube. Abril habla de libros en el blog, pero también toca otros temas de narrativa, a veces se le escapan reflexiones sobre cosas que ve y no le gustan y, por lo que podéis deducir los que atravesáis el espejo con asiduidad, es algo que también me pasa a mí, así que no podía dejar de sentir curiosidad por ella y, sí o sí, acabaría algún día recalando su blog.

Y leyendo alguna de sus historias.

Pero hay otra cosa, antes de entrar en la novela, que quiero contaros. Una anécdota que nos pasó en la última edición del RA. Fui con Yasnaia Altube y Meg Ferrero, como siempre, y una vez allí quedé con Sara Ventas (¿qué es un RA sin Sara?) y Raquel Suárez. Meg es polvorilla y conoce a todo el mundo, así que la perdimos nada más llegar, y Yasnaia sufrió una indisposición esos días, así que los pasé con Sara y Raquel en las gradas del Marcelino Camacho. El sábado, una chica se sentó cerca de nosotras. La miré varias veces, sabía que su cara me sonaba mucho, pero soy un desastre y no acertaba a saber quién era. Sara y Raquel no podían ayudarme, así que lo dejé correr. Ella tampoco nos dijo nada, por lo que pensé que quizá la había visto en las redes. Sería de un blog, otra autora... quién sabe.

Al volver a casa, me di cuenta.

¡Era Abril!

¿Cómo no me había dado cuenta allí? Le habría podido decir en persona que sigo su canal y leo su blog y perdí la oportunidad que se había sentado dos butacas más allá de la mía.

Creo que esto hizo que mi atención se centrarse un poco más en ella y que, aunque ya la seguía, lo hiciera con un poco más de interés. Un día hasta me atreví a contárselo a través de un mensaje. Descubrí que la intuición que me decía que entendía este mundo más o menos como yo estaba en lo cierto.

Desde entonces hemos hablado algunas veces, sobre todo a través de tuits, y no le perdí la pista a lo que nos iba contando sobre la novela que pensaba publicar. Me dije que quería leerla.

Quizá leísteis la anterior entrada. Mi fracaso con novelas autopublicadas últimamente es notable (casi, casi, sobresaliente), así que tenía sentimientos encontrados cuando la descargué.

Sangre y tinta me ha hecho recuperar la fe.

Sí, se pueden encontrar buenas novelas. ¡Definitivamente! No tengo que dejarlo, aunque por el camino me encuentre tostones mal escritos, en los que no pasa nada reseñable.

En Sangre y tinta  hay una historia de superación. Los personajes, todos, tienen un pasado muy complicado. Camden Reed ha vuelto a Hot Springs, de donde "huyó" para estudiar arte en San Francisco, y se encuentra que su adorado hermano Matt ya no es el mismo. Se ha convertido en un adolescente díscolo que visita constantemente el despacho del director del instituto. Su madre ha muerto y tiene que hacerse cargo de él, pero no es solo eso, además hay una hermana pequeña, Lucy, de la que no sabía nada, y a la que Asuntos Sociales ha separado de ellos. Camden está confuso (no es la mejor palabra) y muy enfadado (creo que tampoco) por todo y cuando se encuentra con Amanda, una joven que ese día cumple 18 años y que atraviesa la puerta de su estudio para hacerse un tatuaje, no la trata precisamente bien. Amanda es una "niña buena" que en principio se marcha después de su desaire, pero que, tras pensarlo, regresa para decirle unas cuantas cosas.

No sabe lo que eso cambiará su vida.

No os voy a contar más del argumento, y me dejo mucho, porque quiero que descubráis todo lo que tiene escondido esta novela. Me ha encantado cómo cada tatuaje tiene un significado. Desde el primero que se quiere hacer Amanda, hasta el último, que pone el perfecto broche de esta novela romántica en la que no todo es color de rosa.

No sé si me puedo quedar con algún personaje. Camden es increíble, un joven con una imagen exterior que se corresponde muy poco con quién es de verdad. Matt, su hermano, también. Y Amanda... es la que he sentido menos diferencias tiene entre la imagen que proyecta y su propio yo, pero me ha encantado esa dulzura que tiene, la madurez para su edad, pero que no puede ser de otro modo después de lo que le ha tocado vivir.

Su valentía y su responsabilidad, que no quitan que, en el momento que encuentra a alguien perfecto para ella, se decida a saborear la experiencia con plenitud.

Hay más personajes, pero no quiero pasarme contando, quiero que leáis.

La novela está ambientada en EEUU, entre esa pequeña localidad de Arkansas, alguna visita a Seattle y San Francisco. Pero lo importante, los sentimientos, son universales con los que es muy sencillo empatizar. Da igual que el escenario no nos pille a mano, no vamos a tener problemas para sentirnos en él. 

Sangre y tinta está llena de detalles, significados, un fondo envuelto en la forma que le da Abril. Narra los capítulos en primera persona, alternando las voces de Camden y Amanda, dejando así que los conozcamos por lo que ellos nos cuentan y, además, por la percepción que tiene el otro. Sobre la forma, tengo que decir que es la novela mejor presentada que me he encontrado en mucho tiempo. Ni un error, al menos yo no los he visto, nada fuera de lugar, y eso solo puede ser el resultado de haberle puesto un mimo exquisito en su creación. De haberle dedicado más tiempo a ese otro proceso en la escritura que es la corrección que al mismo momento de "parir" la historia.

¡Bravo! Esa es la clave.

No sé muy bien el público potencial. ¿Adolescentes? Quizá, y quizá por ello está enmarcada en esa corriente literaria dentro de la romántica (o subgénero) que se llama New Adult, pero yo soy adulta (creo) y me ha encantado. Me la he bebido. Así que no sé qué pensar.

Siempre digo que las portadas son esenciales para causar esa primera impresión que nos invite a querer saber más de una novela. Esta la cumple y con creces. Y, además, contiene elementos esenciales en la historia. Ese corazón dibujado con las manos que nos lleva a pensar en amor, pero también el el otro tema que late en esta historia: amistad. Y los pequeños tatuajes que, como ya he dicho, en esta novela tienen tanto que contar.

Os animo a leerla sin miedo. 

Es autoeditada.

Y es mejor que muchas novelas con sello editorial detrás.

Ya se lo he dicho a ella, no he podido resistir la tentación, pero lo repito: FELICIDADES Abril. Así, con mayúsculas.

He descubierto hace poco una opción en la página de Amazon, que no sé si funcionará, pero buscando el título podréis leer las primeras páginas de la novela y juzgar por vosotros mismos.



martes, 18 de octubre de 2016

UN POQUITO DE AUTOCRÍTICA NO ESTARÍA MAL



No puedo precisar el autor al que escuché decir, en una de las charlas literarias a las que asistí durante mi adolescencia, que desconfiaba mucho de las personas que creían que pueden enseñar. Fue una frase que se quedó danzando en mi subconsciente, y en la que he pensado muchas veces, sobre todo teniendo en cuenta que me he dedicado a ello.

Debo de ser una persona en la que no se puede confiar.

Partiendo de ese punto, lector, si quieres desconfía de lo que te voy a contar. Quizá solo es el derecho a pataleta que tenemos todos. O, tal vez, haz lo contrario y escucha, porque no tengo ningún interés en adoctrinar a nadie, sino más bien la necesidad de señalar algunos errores que encuentro de manera recurrente en libros que intento leer y que deberían, al menos, hacernos reflexionar un instante.

Aunque después no hagamos ni puñetero caso.

Ayer empecé dos novelas. En una aguanté un 2% de lectura. En otra, un 4. No tengo vida para leer todo lo que me apetece y muchas veces lo que me apetece no lo tengo a mano, así que tiro de lecturas digitales que a veces descargo para dar oportunidades. Algunas superan mis expectativas con mucho, en este blog hay muchos ejemplos de autores que he conocido de esa manera y a los que he reseñado con mucho gusto porque me sorprendieron muchísimo. Sin embargo, la mayoría se quedan en un intento, en lecturas frustradas y en impresiones tan pobres que es más que posible que no les dé una nueva oportunidad.

¿Recordáis eso de que solo hay una primera oportunidad para causar una buena impresión?

Pues a ello me remito.

A una historia le perdono muchas cosas. La primera es que no sea potente. Le perdono que no me esté sorprendiendo a cada minuto, incluso le perdono imaginarme cómo acabará. Lo que no le perdono es que esté mal escrita, que la persona que ha decidido poner en su biografía la palabra escritor no le tenga respeto a lo mínimo que tiene que tener un escritor, y es el conocimiento de cómo funcionan las herramientas con las que se maneja: las palabras.

De este 6% que reúnen las dos novelas de ayer, rescato unas notas que tomé. Son pocas, pero demasiadas para aparecer juntas en tan poco espacio de lectura, puesto que ambas eran novelas que no llegaban, ni de lejos, a las doscientas páginas.

La primera es el uso de los marcadores temporales. A ver cómo lo explico para que se entienda. Hoy y mañana son palabras que solo admiten uso en narraciones en presente, pues solo para el presente existe el hoy o habrá un mañana. Si narras en pasado, ¿a qué viene decir hoy? ¿Cómo vas a poner mañana? ¿Cuándo es mañana? Me desconcierta su alegre uso y, sobre todo, me indica que esa herramienta, el autor no la controla.

Otra es el uso de sinónimos que no lo son. De pronto, empujados por no sé qué mecanismo mental extraño, los autores deciden colar ciertas palabras que suenan más bonitas que algunas más comunes que "significan lo mismo". Quizá para que si alguien comenta su obra no reciban el comentario de "lenguaje sencillo", que parece que es un insulto. Pero no lo es, de hecho, escribir sencillo es lo más difícil del mundo. ¿Cuál es el problema? Pues que de pronto algunas de esas palabras bonitas se cuelan en frases imposibles. El autor decide el significado que quiere darles, pero que no coincide con el que realmente tienen y es cuando en la mente del lector -al menos en la mía- el texto desafina.

Inquerir no es lo mismo que preguntar. No en todos los casos. Son sinónimos, pero no completos. En determinados contextos sí, pero en otros una es más precisa que la otra y usarlas sin conocerlas del todo puede provocar fallos imperdonables. Ayer estas dos palabras desafinaron en mi mente.  Lo explico con un ejemplo más sencillo, para que se entienda del todo lo que estoy diciendo. Meter e ingresar son sinónimos, ¿verdad? Puedo meter dinero en el banco, o ingresarlo. Pero... me puedo meter la mano en el bolsillo, pero si la ingreso, creo que pensarían que estoy tonta.

Otra vez, fallan las herramientas, y este mecánico de palabras necesita, él mismo, pasar por el taller a que le hagan una buena revisión.

Una de las cosas que más llamaron mi atención cuando empecé a interesarme por temas de escritura es que los escritores novatos se delatan por detalles. Uno de ellos es el uso desmedido que hacen de los signos de exclamación. Me chocó mucho, porque era algo en lo que no me había fijado nunca -quizá es que no leía a escritores novatos entonces- y fui a mirar en los textos de la única que conocía: yo misma. ¡Qué horror! (Con exclamaciones). Había llenado la narración de ellas, muchas veces, la mayoría, de manera innecesaria. No las exterminé, puesto que esos primeros textos eran de aprendizaje y nunca van a estar expuestos a los ojos de otros, pero tomé nota de que eso es algo en lo que no hay que caer. Al menos, a mí, me pareció sensato seguir el consejo.

Y otra cosa. Me ayudó a darme cuenta de que para aprender, errar es necesario. Y los errores, si se puede evitar, no se exponen.

Ayer encontré en esos principios admiraciones que, si las reuniera, podrían servir para rellenar una novela bien escrita de quinientas páginas . Porque, además, no es que TODAS las frases tuvieran alguna, sino que algunas frases tenían hasta cinco abriendo y cinco cerrando la sentencia. ¿Se durmieron en clase de primaria cuando explicaron el uso de la interrogación o la admiración? 

Insisto. Para arreglar coches hay que saber cómo se usan las herramientas. Para escribir, también. Por lo menos si decides publicar lo que has escrito.

Y hablando de publicar... Sé que ahora es muy sencillo porque yo misma lo hice en su momento. Coges un texto y lo subes a cualquiera de las cientos de plataformas que existen y... ¡listo! Ya eres escritor. Luego, tus amigos, que no deben quererte demasiado, te dejan comentarios maravillosos diciendo que eres de lo mejor que ha parido la literatura actual. ¿De verdad que no tienes a nadie que te ponga los pies en la tierra? Creo que no, porque si fuera así, no seguiría encontrando textos en los que en un mismo párrafo se repite hasta tres y cuatro veces la misma palabra. Gran parte de la escritura consiste en revisar el texto. En pulirlo hasta el infinito para evitar errores. Sé que los leísmos y laísmos cuestan un mundo, pero oye, que no es difícil ver que has puesto la palabra "silla" siete veces seguidas en cuatro líneas.

Ayer estuve a punto de morir ahogada con la segunda novela. Le faltaban puntos y comas por todas partes y a veces, cuando se acordaba de usarlos, los ponía donde primero pillaba. Por Dios, que esto no es como echar la sal al arroz, que existen normas. Y no son tan complicadas, es cuestión de estudiar un poquito. De hacer un mínimo de autocrítica y pensar si estamos preparados para lanzarnos a la piscina o deberíamos esperar, al menos, a que tuviera más de dos dedos de agua. A lo mejor es que yo me paso de dura conmigo misma y estoy equivocada, no sé...

No seguí anotando errores. Tuve que dejar de leer cuando un personaje se "arrugó de hombros" y a mí me pareció que ganaba más yéndome a dormir.